DISEQUILIBRIUMS. Los Individuos. Capítulo 9
CAPÍTULO 9
Jueves, 15 de diciembre
Hora: 16:30
—Bueno mamá, me voy.
—¿Tan pronto, hija? —pregunta mientras me estoy levantado de la mesa.
Hoy la veo más guapa. Lleva unos días inquieta como si estuviera esperando algo. No para de moverse por la casa, entra y sale del despacho de papá que, desde que nos dejó, se mantiene intacto. Las veces que paso por el pasillo y la veo dentro me paro a observarla. Camina por la habitación mirándolo todo, levanta los papeles de la mesa y los vuelve a poner, coge la cartera que tenía papá en el suelo, la abre, mira dentro, la vuelve a cerrar y la vuelve a dejar en el suelo apoyada junto a la pared. Es casi como una rutina. Desde que papá desapareció no ha dejado de hacerlo, pero en los últimos días lo repite más a menudo. Además, no para de llamar a su hermana. Incluso algún día me parece que hasta se ríe por teléfono. La verdad es que pocas veces lo ha hecho en el último año.
La miro sentada en la mesa de la cocina junto a mis hermanos que no paran de observar todo lo que hace. La pequeña no ha dejado de hacer risitas cada vez que mamá se levantaba y se movía por la cocina. Ahora tiene su codo derecho apoyado en la mesa y su carita no aparta su mirada de mamá.
Me acerco a mamá y, sin decirle nada, le doy un abrazo mientras ella sigue sentada. Noto cómo apoya su cara en mi cuerpo y se deja acariciar. ¡Qué orgullosa estoy de ella!
Se oye el timbre de la casa.
—¡Ese es Erik! —digo apresurada mientras me voy hacia la puerta—. Estamos muy metidos con el trabajo de Historia. El grupo que me ha tocado es muy majo —suelto, como excusando la prisa que muestro.
—¿Quién está en tu equipo? —Siento que me lo pregunta porque no quiere perderse ningún detalle de lo que me pasa. Me gusta que lo haga.
—Está David… —Empiezo a contar con los dedos como si fuera un grupo numeroso—. Ese que va conmigo desde pequeña. —Mi madre me sonríe, pero no entiendo por qué—. Elsa, Samuel, el chico raro, y Erik. Está yendo todo muy…
Mamá me mira porque me he parado y no sé cómo continuar. Abre los ojos, apoya los brazos en la mesa para ponerse de pie. Se me acerca, me pone las manos en los hombros.
—¿Va todo bien, cariño?
Las palabras de mamá me obligarían a contarle todo lo que nos ha pasado desde lo de la profesora en clase, la guía del museo, el papel, la gente desequilibrándose por la calle. Pero no sé si lo que tengo en la mente es una tontería o no. Prefiero confirmarlo antes de contarle nada.
—Sí, sí, mamá —le digo como sorprendida de la obviedad de la respuesta—. Por supuesto. Ahora me voy que hemos quedado en la calle Alfonso con el resto.
Le doy un beso, me despido de mis hermanos con la mano en alto, me devuelven el saludo y salgo corriendo.
Suelo bajar los siete pisos por la escalera, pero hoy el ascensor será el que me haga el viaje más rápido. Cuatro, tres, dos… me gusta ver los números en la pantallita. Cero, por fin. Abro la puerta de un empujón para salir a abrir a Erik y… ya está dentro del portal. Es verdad, le he abierto con el portero automático cuando le he dicho por el interfono que bajaba.
No hago más que cerrar la puerta del ascensor cuando se me aproxima, me mira, pone sus brazos detrás de mí y noto sus manos en la parte baja de mi espalda. Me pongo de puntillas mirándolo fijamente a los ojos. No hay nadie más en el portal y tampoco nos pueden ver desde la calle porque Erik ya se sabe bien el ángulo muerto que hay en el recodo de la salida de los ascensores, así que lo que hagamos solo lo sabremos los dos.
De pronto nos sobresaltamos ambos y, como acto reflejo, nos separamos.
Algún vecino ha llamado al segundo ascensor que tenemos y el ruido nos ha cortado el momento. Observamos que el ascensor se eleva. Nos miramos y, como si fuéramos unos chiquillos pequeños que nos han pillado haciendo algo muy malo, sonreímos.
Erik me coge del hombro y salimos a la calle hacia la plaza Aragón.
—Estás muy guapa —noto que me dice mientras caminamos.
Le suelto el brazo del hombro, me paro, me separo, le miro y le digo:
—Pero si casi no me has mirado.
Erik se ríe y me mira de arriba abajo. Casi me hace sonrojar cuando se para con la mirada un par de veces.
—Deja de mirarme así —le digo rápidamente y le cojo de la mano tirando de ella para que sigamos andando.
Justo al cruzar el semáforo del paseo Constitución, Erik se para.
—¿Por qué le preguntaste eso a la guía del museo? —Se gira y me mira con ternura a los ojos.
Me ha cogido desprevenida, estaba simplemente mirando a la gente que cruzaba la calle con nosotros.
—Porque… —comienzo, dubitativa, ya que me ha parecido que el señor que estaba a nuestra derecha se había parado a escucharnos. Cuando veo que se aleja, continúo—: El otro día en clase cuando lo explicó la profesora, había algo que no me cuadraba.
Me está mirando como si revisara cada rincón de mi cara. Le he contestado a lo que me ha preguntado, pero creo que no está atento a eso. Ha dejado de pasear su mirada y ahora sus ojos están dirigidos a mi boca.
—Me gustas mucho, Sofía.
Y sin que me dé cuenta, me acaba de dar un beso en la boca en mitad de la calle. Pero, ¿qué hace? Ya le he dicho que no quiero que nos vean besarnos en público.
Aunque tengo que reconocer que me ha gustado. Me he vuelto a estremecer por dentro cuando lo ha hecho.
Me vuelve a coger la mano y toma la iniciativa para seguir caminando hacia el paseo Independencia.
De pronto, y sin que me esperara ninguna conversación más, le oigo:
—Por cierto, ¿te pasa algo con David? —Sigue andando sin mirarme y continúa—: Veo que te mira raro.
Soy incapaz de contestarle.
Autor: Glen Lapson © 2016
Editor: Fundacion ECUUP
Proyecto: Disequilibriums
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