DISEQUILIBRIUMS. Los Individuos. Capítulo 1.
CAPÍTULO 1
Diez días antes…
Son rectángulos, cuadrados, pentágonos, todos unidos por algún vértice y en cualquier dirección. Cada uno de un color diferente, pero todos tienen los lados del mismo grosor, igual que el del mango de una raqueta de tenis. Cada figura geométrica tiene mi altura. Miro a todos lados y veo cientos, miles, todos dentro de un espacio negro que no adivino a ver el final. Me lanzo de unos a otros balanceándome agarrada por los vértices.
¡Allá voooy!
Me siento volando dentro de este espacio infinito. Estoy vibrando, como si fuera una de los miles de burbujas de agua de olla presión que saltan, explotan, viven y mueren en cuestión de décimas de segundo. Pero todas allí, en un espacio reducido, limitadas por el agua caliente que tienen debajo y la tapa de acero inoxidable que no les deja ver el cielo. Yo tengo más libertad que ellas, nada me limita, aunque tampoco puedo ver el cielo. Simplemente porque no lo hay. Estoy en mi sueño. ¡Cómo me gusta!
Veo un octógono a mi derecha y, agarrándome fuertemente a los vértices del triángulo en el que estoy colgada ahora, me balanceo hacia atrás y, con todo el impulso, suelto mi cuerpo entero hacia adelante, hacia el nuevo destino. Otra vez voy a por otro objetivo.
Pero… ¡Noooo!… no llego, está muy lejos. Estoy muy nerviosa. Mi cuerpo atraviesa el espacio, pero sin control. No puedo creerlo, he calculado mal. Me acerco, me acerco… pero no.
¡Aaaahhhh! ¡Me caigoooo!
¡Ay! Mi espalda se ha dado contra un cuadrado que estaba orientado hacia arriba. Qué daño… pero solo en la espalda. No siento las piernas. Sigo cayendo. Mi pierna derecha se ha chocado con un lado del hexágono que había debajo. No he sentido nada. Estoy muy nerviosa. ¿Me he quedado paralítica?
Sigo cayendo. El corazón me late a mil por hora. No paro de transpirar. No veo nada, solo líneas a los lados y… oscuridad.
No puedo más. Grito ¡PAPÁ!
No me responde. Sigo cayendo. Mi cuerpo se ha golpeado con todo lo que se encuentra. ¡PAPÁ! ¡PAPÁ!
¡Aaaayyyyy! Las lágrimas ni siquiera mojan mis mejillas. Las veo hacia arriba, se van quedando en el camino mientras mi cuerpo desciende a una velocidad incontrolada.
¡PAPÁ! ¡PAPÁ!
Papá no está.
Es verdad. Ya no está. Hace tiempo que no está.
De pronto, mi compañero de pupitre se me acerca al oído y me susurra:
—Sofía, ¿tú entiendes algo de lo que está contando?
Me había distraído mirando por la ventana de la clase hacia el bosque que hay enfrente con el mismo pensamiento que me viene desde hace algo más de un año. No consigo controlarlo. Me froto los ojos para tranquilizarme como hago siempre y me giro como sonámbula hacia mi compañero. No es la primera vez que me pasa en clase de Historia, pero esta vez queda claro que no solo a mí me parecía aburrida la clase hoy.
—No,… no sé de qué está hablando —le contesto a Erik para no ser descortés.
Aunque no solo es por no ser descortés, también es que no responder al chico con el que has empezado a salir hace siete días y ha decidido sentarse en clase junto a ti, me parece mal.
Erik es alto, pelo corto rubio y piel muy blanca. Nació en una ciudad pequeña al norte de Suecia. Tiene cuerpo de atleta. Cualquiera pensaría que es el típico sueco esquiador que ves en televisión dando saltos de esquí el día 1 de enero por la mañana, cuando te levantas tras la fiesta de la noche anterior. Pero no, su único deporte es el fútbol y por eso ha intimado muy bien con el resto de chicos de clase. Ha venido al instituto en septiembre para este curso escolar, desplazado desde su país. Sus padres también son suecos y trabajan en una empresa de energías renovables que tiene una filial en España. Habían aceptado Zaragoza donde no faltaba el viento y el sol. Además, según les dijeron, era mejor que Madrid o Barcelona porque era una ciudad más tranquila, bien comunicada y les habían hablado muy bien de la gente.
Hay dos cosas que realmente me cautivaron de Erik. La primera fue su sonrisa. No era vulgar, no era forzada, sino una sonrisa natural y, sobre todo, lo que más valoro, es que es sincera. No sé si soy rara, pero ya estoy cansada de esa gente que te sonríe solo porque les han dicho que tienen que hacerlo, o por conseguir algo de ti. Prefiero que no me sonrían, no me gusta que se use como una herramienta de manipulación, la sonrisa es algo nuestro y tiene que expresar algo que sentimos. Erik, no sonríe muchas veces, pero cuando lo hace… me encanta.
Y lo segundo que me impactó es su afición a la música. Creo que toca casi todos los instrumentos de viento que conozco. Supongo que todos lo que viven en los países nórdicos tienen que tener alguna afición especial, porque en invierno, si no hay luz, poco podrán hacer, especialmente él, que vivía en Sundsvall, muy al norte de Estocolmo. Erik entiende de todo tipo de música, valora toda, como él dice: «No toda llena mi alma, pero todas me hacen sentir». Aunque le gustan canciones de casi todos los géneros, tecno, pop instrumental, solistas e incluso heavy metal, si tiene que elegir algo como preferido siempre se decantará por el jazz. El hecho de que el saxofón fue el primer instrumento que aprendió cuando era pequeño y no ha dejado de practicar, le ha hecho sentir mucho más en ese tipo de música.
Lo único que no llevo muy bien es eso de tener novio. Tengo amigos con los que me he relacionado siempre estupendamente, pero esta es la primera vez que he aceptado salir con un chico. No es que Erik no me gustara, al contrario; es más un tema social. No estoy acostumbrada y no tengo muy claro que a mi edad me pueda comprometer ya con una persona.
Pero todo esto deja de ser importante cuando me fijo en la profesora de Historia.
¡Qué poco me gusta mirarla!
La sorpresa del primer día de curso todavía me está durando, menuda situación ocurrió.
Después de la primera clase, nuestro tutor, un señor mayor con traje y corbata al estilo antiguo, se quedó esperando para presentarnos a la nueva profesora de Historia. La anterior, que todos querían mucho, se jubiló el pasado verano después de estar más de treinta años enseñando. Siempre hizo lo mismo, enseñar Historia. No sé cómo pudo. Yo no podría hacer siempre lo mismo. En fin, justo cuando entró la nueva profesora por la puerta, se produjo una situación difícil de explicar.
Yo me quedé boquiabierta, todas las chicas nos mirábamos unas a otras, y el grupo de chicos… parecía una escena de esas de un programa de televisión. De ese en el que los concursantes compiten cantando y bailando. Luego el jurado compuesto por artistas famosos les puntúa y, cuando empieza a cantar el que está en el escenario, la cámara enfoca a los miembros del jurado y llegan a transformar su cara desde una pasividad total a una auténtica emoción. Los miembros del jurado llegan a abrir la boca, llevarse las manos a la cara y algunos casi dan saltos.
La susodicha profesora nueva de Historia tenía menos de treinta años, era guapa, pelo moreno largo recogido en coleta por detrás que casi le llegaba a la cintura, ojos verdes y encima vestía ropa ceñida. Uno de los chicos de clase se puso de pie, y si no hubiera sido por la mirada asesina del tutor, incluso le hubiesen aplaudido a la nueva.
¿Cómo se puede venir a dar clase así? Días más tarde, aún no sé cómo, nos enteramos de que era jugadora de voleibol profesional. Mientras estudiaba en la universidad había conseguido con su equipo ganar cuatro años seguidos el campeonato nacional. Actualmente sigue jugando y, además, le han dado el puesto de primera entrenadora en el equipo juvenil femenino de la ciudad.
Como profesora, debía de ser buena porque en todos los institutos que había estado, hablaban muy bien de ella. En fin, vamos a tener que aceptar que sea así. El problema es que además es simpática, se interesa mucho por los alumnos y, para deleite del sector masculino de clase, cada día viene con un conjunto diferente. Nunca me hubiese imaginando una profesora joven para impartir Historia. Si por lo menos hubiese sido chico y guapo… En fin, es lo que hay.
Hoy lleva unos pantalones negros ajustados y una blusa beige amplia de mangas que, al extender los brazos con la explicación, le queda como si fuera una figura de las imágenes antiguas dando un sermón. La verdad es que la caída de la tela debajo de los brazos le queda bien y realza lo que señala. Le aprecio en la distancia un colgante al estilo gargantilla sujeto en una cuerda de cuero fina negra, pero no consigo ver el símbolo que lleva.
De todas maneras, si yo misma he estado distraída mirando por la ventana, me parece que la señorita Barbie, como la llamamos las chicas (supongo que lo hacemos para contrarrestar el mote que le han puesto los chicos) ha estado aún más distraída explicando algo sin mirarnos a ninguno de los alumnos. ¿Cómo se puede dar clase sin mirar a la gente?… ¿Cómo me va a caer bien esta mujer? Está escribiendo en la pizarra un montón de datos históricos y fechas sobre cuando los antiguos romanos invadieron la península Ibérica.
Se ha dado cuenta de que la estoy mirando. Se acaba de girar y se ha quedado fija observándome. Evidentemente todos la tendríamos que estar mirando, pero debe de ser que mi mirada es diferente. Creo que es la primera vez que lo ha hecho. Me parece que acaba de leer el aburrimiento generalizado de toda la clase en mi cara. Me encantaría decírselo claramente, pero no procede. Por fin deja de mirarme, y bajando un poco los hombros, como si a la vez diera un suspiro, pasa la mirada por el resto del aula en silencio.
Evidentemente ha captado el mensaje. Se acaba de girar con rapidez, sin decir nada enciende el proyector y apaga las luces de la clase. Al hacerlo provoca tal confusión que todos se callan y la miran entre penumbras. Aparte de la poca luz que entra por la ventana de este día nublado, la única que hay en la clase es la de la proyección en la pared. Yo no he dejado de mirarla. Veamos cómo reacciona.
Podemos ver en la pantalla de proyección un gran mapa de la península Ibérica donde se reflejan los principales ríos. La profesora, todavía en silencio, señala el mapa y pregunta en voz muy alta:
—¿Sabéis cuál fue una de las primeras ciudades que los romanos fundaron en la península Ibérica?
Al hacer la pregunta, algunos de los compañeros que se habían sorprendido por la acción de la señorita Barbie vuelven a la actitud inactiva de antes y algo de desilusión aparece en sus caras. Esperaban algo más emocionante. Yo también, pero tengo curiosidad por ver su siguiente movimiento.
Como ni mis compañeros ni yo contestamos, la profesora grita:
—¡ESTA MISMA, EN LA QUE VIVIMOS!
Erik y yo nos sobresaltamos. Algunos la miran con tranquilidad, mientras que otros simplemente se observan entre ellos. De hecho, Erik me mira y sonríe. Está claro que él solo lleva tres meses viviendo en la ciudad, pero creo que le está haciendo gracia lo que intenta la profesora.
Mientras la señorita Barbie dibuja un punto gordo encima del río Ebro, posicionando la ciudad de Zaragoza y escribiendo el nombre, se gira diciendo:
—¿Sabéis por qué?
Aguardamos en silencio, esperando que lo explique. Ella observa que todavía hay algunos distraídos. Los miro. Son los de siempre.
Se gira de nuevo hacia el mapa y dibuja una línea vertical que cruza el río Ebro en el mismo lugar donde ha ubicado la ciudad de Zaragoza. Volviéndose hacia nosotros de nuevo, dice:
—Por esto —señala el mapa— porque es la única ciudad donde se produce este efecto. —Se queda callada, como esperando que adivinemos lo que va a decir a continuación—: La línea horizontal se cruza con la línea vertical, en este punto… donde confluyen el río Gállego y el río Huerva con el río Ebro.
Ha conseguido que nos interesemos por lo que está diciendo. Esto va bien.
En la calle se ha levantado viento, lo que ha provocado que un pequeño silbido a través la ventana sin cerrar haya conseguido dar más misterio a la charla.
Veo a lo lejos que los árboles se empiezan a inclinar. Ya no hay pájaros, el cielo se ha encapotado más y las nubes grises están dando cierto aspecto siniestro a la mañana. Me giro de nuevo hacia Erik. Está totalmente concentrado con la explicación. La luz del proyector destaca aún más que antes. Parece que estamos entre tinieblas.
—Si veis el cruce de los ríos —continúa—, para los romanos era muy importante este hecho. Según entendía el emperador Augusto, el fundador de la ciudad, la diosa de la Naturaleza, Cibeles, había creado el signo del Cardus y Decumanus: dos líneas perpendiculares que, posteriormente, utilizarían para diseñar las ciudades. El Cardus era la calle principal orientada de norte a sur y el Decumanus la de este a oeste. A partir de esa disposición el resto de calles de la ciudad se construían, de forma regular, paralelas, y a su vez perpendiculares, a las anteriores.
Se para, nos mira, camina despacio de izquierda a derecha por la clase.
Hoy no se ha recogido el pelo, por lo que al andar se mueve su melena de un lado a otro. Creo que todos la estamos mirando.
—Un Cardus y Decumanus perfecto era para ellos la expresión sagrada del orden del cosmos de la Tierra.
En ese momento se para enfrente del compañero de la esquina derecha de la primera fila. Apoya sus brazos sobre su mesa. Gira la cabeza por la venta y le oímos decir:
—Es decir, para ellos, este sitio era una ciudad sagrada.
Puedes apoyar el proyecto y comprar los libros en papel.
Autor: Glen Lapson © 2016
Editor: Fundacion ECUUP
Proyecto: Disequilibriums
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