DISEQUILIBRIUMS Los Individuos. Capítulo 32
Jueves, 22 de diciembre
Hora: 22:00
David
Foto de Mauricio Lobos
Y así parece que termina Erik de contar la historia.
No he podido mirar la cara de Sofía en toda la comida. Me he sentado justo a su lado para no tener que hacerlo. Ella tampoco se ha girado hacia mí. Lo que ha pasado antes en la cocina aún no sé por qué ha ocurrido. Llevo todo el rato preguntándomelo. Si me hubiese dado una bofetada después del beso, supongo que me habría quedado más tranquilo. Pero no lo hizo.
Para mí fue algo incontrolado. En el fondo ella tenía razón: toda la tensión de antes. Por un momento pensé que podría llegar a ser el fin. Y la tenía ahí mismo, junto a mí. Y además me dice que le gusta que sea su amigo. Creo que pensé que era lo último que podía hacer antes de que el mundo estallara. Y lo hice. Me he avergonzado bastante desde ese momento, pero ella no me rechazó al principio. La sentí. La sentí mucho.
—David. —Veo a Elsa enfrente de mí, moviendo la mano derecha de un lado a otro—. David, ¿dónde estás?
Abro los ojos al máximo. La miro primero a ella. Luego paseo la vista por todos en la mesa hasta terminar en Sofía.
—Disculpad. —Me vuelvo de nuevo hacia Elsa—. Me he empanado.
Se ríen todos… menos Sofía.
Nos levantamos para retirar la mesa. Samuel la limpia con una bayeta y en cuestión de segundos estamos todos de nuevo con los ordenadores portátiles y las tablets encima de la madera.
Me quito de la cabeza el asunto de Sofía, tengo que ser fuerte y serio. Tenemos un tema bastante complicado entre manos que requiere que el grupo trabaje unido.
—Creo que os debo una explicación —comienza Samuel.
—Antes de que digas nada, Samuel. —Sofía muy recta en la mesa y con las manos cruzadas dice—: Queda claro que alguien se ha metido en nuestra conversación de videoconferencia antes.
Pues es verdad. Con toda la movida de los ruidos, la frase, el tema de Samuel, no me había percatado que es la primera conclusión que deberíamos sacar. No sé cómo lo han hecho, pero había alguien más allí.
—¿Le distéis a alguien más los datos de la conexión de la vídeo? —pregunta Sofía, inquisitiva.
Creo que, sin querer, nos hemos ido todos a mirar a Samuel a la cara.
—No, no y no. —Se ha puesto nervioso, se siente atacado—. Dejad de mirarme. Yo estaba aquí con vosotros y no he iniciado la sesión.
¡Qué caradura! Ahora las culpas se desplazan a mí y a Elsa. No me voy a molestar en responder, no aporta nada.
—Yo lo he hecho como siempre —dice Elsa—, y nunca antes he tenido problemas así.
Me levanto rápidamente y, con dos pasos, alcanzo el router de conexión wifi que tenemos en la casa. Me giro hacia ellos. Me están mirando todos. Con la mano derecha, para que todos me vean, apago el botón de encendido del router y todas las lucecitas del aparato desaparecen.
—Ya no tenemos espías —digo mientras me siento de nuevo—. Ahora cada uno que se conecte a Internet con los datos de su móvil.
Supongo que dentro de un tiempo me acusarán de haberme comportado como un chulo, pero me da igual. No estoy dispuesto a que me acusen en mi propia casa de tener espías.
—Alguien nos está observando —comenta Sofía de nuevo—, esto ha cambiado nuestra posición en el juego.
—Y desde luego —completa Elsa la frase—, ese alguien no quiere que sigamos haciendo lo que hemos empezado.
—En mi caso —dice Erik—, han conseguido lo contrario a lo que pretendían. Ahora sí estoy interesado en seguir. —Se gira hacia Sofía y le coge la mano. Se me revuelve el estómago—. Lo cierto es que cuando antes nos han interrumpido os quería recitar el último mensaje que recibieron en Disequilibriums del padre de Sofía: «Estoy convencido de que el verdadero Disequilibrium viene pronto a esta ciudad. Voy a viajar para tratar de solucionarlo. Deseadme suerte».
La cara de Sofía se ha descompuesto. Creo que todos estamos sacando las mismas conclusiones.
Erik se queda un momento callado mientras mira las dos manos entrelazadas que, por un momento, he pensado que era un mensaje hacia mí. Sofía no hace nada. Erik continúa hablando sin desviar la mirada.
—Después de ese mensaje, le enviaron varios, pero nunca obtuvieron respuesta. No sabemos nada más. —Sofía suelta la mano de Erik.
En este momento si corriera la electricidad entre el grupo y nos diéramos las manos, podríamos encender una luz. Nos miramos unos a otros. Incluido a Samuel, repeinado, a quien dirijo una sonrisa. Un asentimiento de cabeza nos está sirviendo en este preciso momento para comunicarnos. Que sí. Que estamos unidos y precisamente la aparición de alguien que nos quiere frenar nos da más fuerza.
—Creo que todos, sin decirnos nada —interrumpe Elsa el silencio—, hemos unido la información y aún creemos más a Nicola.
Nadie le responde, pero todos asentimos con la cabeza. Sin que se dé cuenta, miro de reojo a Sofía, sus labios. No puedo olvidar el beso. Me distraigo solo con su presencia. Pero tengo que ser serio, no me puedo meter en medio de una relación de pareja que existe y que además son mis amigos… o eso me tendré que decir cada día que piense en ella.
—«Cada uno tiene una misión». —La voz de Erik consigue hacerme volver a la realidad—. Recordad lo que nos dijo Nicola: «La vuestra es solucionar el problema y parte de la mía es vigilar… la otra parte os la diré cuando volváis». Cuando terminó de decirlo pensé que estaba más loco de lo que había creído la primera vez… —Se calla un momento—: … pero ahora estoy convencido de que sabe más incluso de lo que nos ha contado.
Recuerdo que aquella respuesta nos dejó parados ese día, pero hoy no hacemos más que recordarla. Ha pasado a ser parte de la misión. Estamos dispuestos, vamos a saltar. Solo que nos falta todavía lo de la música.
—Todavía —empieza Samuel a hablar y no sigue hasta que todos lo miramos— nos falta solucionar lo de la música.
¿Qué pasa? ¿Samuel tiene capacidad de leerme el pensamiento? A no ser que todos estuviéramos pensando en lo mismo y fue el primero que se atrevió a hablar.
—Según dijo —lee Elsa de una libreta pequeña que ha puesto encima de la mesa—, hay que situarse en la Puerta Este y, cuando empiece a salir el sol, pronunciar las palabras escritas, y luego hay que llegar al cruce del Cardus y el Decumanus cuando justo le dé la luz del amanecer…
—… en ese momento —completa Erik la frase—, si suena la música que abre el portal, este se abrirá y podremos entrar…
—… a partir de ahí —como si fuera un juego encadenado sigo yo—, es objetivo nuestro el encontrar las respuestas y las razones por las que se ha roto el equilibrio para tratar de solucionarlo…
—… porque —sigue Sofía y consigue que todos sonriamos—, según volvió a insistir, no podemos solucionarlo con la información que disponemos en el presente.
Nos volvemos a mirar en silencio. En la calle el tiempo ha vuelto a cambiar. Las nubes oscuras de antes están descargando toda el agua que tenían. El ruido de la lluvia en la ventana y el frío que sabemos que hay afuera nos hace estar más a gusto en casa. Sobre todo, juntos.
—Bueno, Samuel —me sobresalta Sofía con la pregunta—, explícate.
Ahora sí que es el centro de atención. Como la calefacción está fuerte en mi casa, se ha arremangado y le sobresale un tatuaje en el antebrazo izquierdo a la altura del codo. No lo distingo bien, parece como una figura geométrica. Se ha dado cuenta de que lo estoy mirando y se baja la manga.
—Hace un año aproximadamente —comienza a hablar mientras se le ve que busca algo en la tablet— encontré algo en Internet que al principio no le di importancia, pero luego la curiosidad hizo que me interesara más.
Detiene el relato y mira a Sofía.
—Me apareció el nombre de tu padre.
—¿Por qué? —le responde ella con la mirada fija en sus ojos.
Samuel se remueve en el asiento. Ha dejado la tablet en la mesa y no para de frotarse las manos.
—Yo suelo investigar a todos en Internet con cierta frecuencia y, cuando un día volví a poner tu nombre, apareció el de tu padre.
¡¿Cómo?! Si tengo que hablar en nombre de todos los que estamos en esta habitación, diría que ha caído otro rayo sobre nosotros. Esta vez, invisible. Me acabo de quedar helado. Este tío nos espía.
—¿Qué? —dice Elsa, alterada—. ¿Lo que estás diciendo es que nos investigas a todos?
Todas las miradas se clavan en él. No hay piedad. Toda la tensión y ahora el enfado acumulado en las últimas horas, lo estamos dirigiendo a un único elemento. Me dan ganas de…
—Sí —continúa Samuel en un tono más diplomático—. Normalmente suelo meter en Internet el nombre de las personas que conozco y sigo el rastro… —Se interrumpe un momento y nos repasa con la mirada a todos— … ¿Es que vosotros no lo habéis hecho nunca?
Aquí sí que me tengo que quedar callado porque sí que alguna vez he hecho eso. Veo que los demás agachan la cabeza y miran a la mesa.
—Vale —dice Samuel levantando la cara—, veo que puedo continuar.
Volvemos a mirarlo.
—Al poner el nombre de Augusto Canizzaro en el buscador de Internet, después de bastantes búsquedas, llegué a Disequilibriums. Para registrarse te pedían más datos de lo habitual y una de las consignas era ser mayor de edad. Yo, como siempre, completé el formulario poniendo los datos necesarios que me permitieran cumplir con lo que pedían.
La lluvia se ha intensificado afuera. Samuel tiene que empezar a hablar más alto porque el ruido en la ventana es cada vez más fuerte.
—Algo pasó. No sé si investigaron mi IP o fue alguna «contradicción electrónica», como les llamo yo cuando introduces dos datos diferentes de tu perfil desde la misma IP. Pero el hecho es que detectaron la inconsistencia. Lo que me extrañó es que me apareció un mensaje diciendo que era bienvenido… pero con acceso limitado.
—¿Qué quería decir acceso limitado? —pregunta Sofía
—No lo sé muy bien —le dice Samuel—, lo único que podía ver era lo que la gente contaba sobre las historias que habían ocurrido en sus ciudades y cómo las habían solucionado. Nunca pude ver los mensajes del «organizador» del grupo. Sabía que era tu padre, pero el sistema no me permitía ver nada de él.
—Y… —interviene Erik— ¿cómo supiste lo de mis padres?
—Eso —se rasca la cabeza Samuel—, eso fue fuera de Disequilibriums. Yo me había puesto una serie de alarmas de búsqueda en Internet y, cuando alguna de las palabras clave aparece mencionada, me llega un mensaje…
De pronto se para, se sonroja, mira a Sofía y continúa:
—… Como tenía puesto el apellido de «Canizzaro», empecé a detectar hace algo más de un año correos electrónicos dirigidos a él preguntándole dónde estaba. Fueron muchos, pero los que me sorprendieron eran todos los que salían de la misma dirección IP de Suecia.
Erik se incorpora en la mesa y no hace más que mirarlo. El sí continúa con las mangas recogidas y sus músculos del brazo se están tensando por momentos. Samuel lo mira y prosigue.
—Y lo demás es fácil que lo imaginéis. Una vez que Erik llegó a clase este año, lo investigué en Internet y, a través de sus apellidos, llegué a la IP que sus padres habían estado utilizando en Suecia. Este es el último mensaje que enviaron a tu padre, Sofía.
Gira la tablet para que la podamos ver y todos podemos leer.
—No estás solo Augusto, vamos a tu ciudad a vivir, te ayudaremos.
Autor: Glen Lapson © 2016
Editor: Fundacion ECUUP
Proyecto: Disequilibriums
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